La pregunta comenzó una y otra
vez a ser formulada meses después de estrenada Quantum de Solace. La pregunta,
ya había sido formulada meses después de Casino Royal. Por quíen? Por mi padre,
el hombre que, cual Dom Cobb en Inception, plantó en mi mente la semilla
de locura por Bond. La pregunta sin embargo, ya había sido formulada por mí
misma hacia él en las anteriores oportunidades, cuando Pierce Brosnan se ponía
el traje de 007, cuando de adolescente y niña iba con su grupo de amigos a ver al
agente.
“No quiero opacar a Sean Connery,
él fue el primero y todo eso pero….para mí el mejor fue Roger Moore” acota mi
viejo llegando a la sala, sumándole porotos al inglés que él ya seguía en la inolvidable
serie El Santo… “después hubo un montón de Bonds, hasta que encontraron a éste” agrega (pobre Brosnan, ¡yo lo banco che! ¿Quién no estuvo
enamorada además de este hombre mayorcito pero que daba 10 años menos?).
Aunque, hay que decirlo, el problema con Brosnan fue que los guionistas se
rebuscaron mucho la trama, (se fueron al carajo con la fantasía), incluso con
los gadgets. De Craig a esta parte, humanizaron no sólo a Bond sino a las
temáticas, más cercanas a las problemáticas nacionales, globales, políticas,
virtuales…
Las preguntas, son parte del
folklore bondniano. Las respuestas, son parte de años de ir al cine juntos
(Edipos aparte), y con cada nuevo film renovar teorías, recordar viejas
anécdotas, esperar nuevos paisajes, repetir días después cada línea de diálogo.
Bueno, no puedo evitarlo, Bond me puede, por eso siempre digo que me voy a una
cita con él. En realidad, el cine es siempre una cita: uno va sin saber qué va
a pasar y vuelve afectado, y se olvida por esas horas de todo y todos…(no hace
falta que vuelva a citar a Billy Wilder).
Y ahí estaba en la cita: el
agente 007 al servicio de su Majestad, el arma más poderosa de England, ese
hombre responsable de mil sueños, otras tantas alucinaciones, algunos dibujitos
en alguna carpeta y obviamente, cientos de líneas dedicadas a él. Sólo a él.
Sólo para sus ojos.
Y ahí estaba Skyfall. Así se llama la
última película estrenada semanas atrás en los cines de acá. El film viene a
cerrar y a abrir en simultáneo algunas historias. La trama completa un círculo
ya conocido por los seguidores y abre otro que nos deja el literal mensaje de
“hay Daniel Craig para rato”.
¿Por dónde empezar? Por un Daniel
Craig que está a punto caramelo (y está en lo cierto el cinéfilo Cristian Oliva
cuando dijo que lo hizo poner en duda su heterosexualidad), en su mejor momento,
con la seguridad suficiente como para contagiársela a Bond, James Bond, arrugas
aparte… Ya no le hace falta pasearse en zunga por alguna playa ni mostrar tanto
torso, ya lloró, se enamoró, se volvió empático con el tema femenino, ya se
jugó todas las fichas que le tiraron en los casinos del mundo y los resultados
estuvieron a la altura de las circunstancias. Ya hizo de todo para pasar la
prueba de fuego. ¿Qué le faltó? Morir…bueno, también lo hizo, es decir, lo hace
en esta entrega.
Ahí comienza todo, después de una
de las secuencias iniciales más largas de la historia de Bond en la que hay de
todo, persecuciones en moto por los techos del mercado central de Estambul ciudad
siempre efectiva para las escenas de acción de este tipo, (cualquier cosa consultar
con Búsqueda Implacable II), peleas cuerpo a cuerpo arriba de un tren en
movimiento (un clásico), utilización de grúas como mecanismo de ataque (pobres
New Beatles), y la compañía de la tiernamente hermosa (e indispensable para la
historia) Eve (Naomie Harris).
Muchas cosas suceden en esta
oportunidad, y mucho tiene que ver el hecho de que la saga esté cumpliendo 50
años (los conocedores del tema lo comprenderán a partir de la cantidad de
homenajes). El primer acierto de los productores (seguimos viendo el nombre de Bárbara
Broccoli en los títulos) fue el de elegir a Sam Mendes como director. El ex de Kate Winslet le aporta una mirada
que corre la historia para un lado más nostálgico, con menos fuego cruzado y
más declaraciones abiertas, con menos viajes en avión por el globo y mucha más
Londres con el M16 en crisis.
Otro gran acierto fue el de
Javier Bardem en la piel del villano Silva (qué bien le sientan los malos), un
villano con lo peor de todo: remordimiento, rencor, odio hacia M y todo el M16,
pero sobretodo, locura en las mismas dosis de tintura para el pelo. Un villano
que le tira los galgos a Bond y hasta le toca los cuádriceps (¡bien ahí! por
Mendes). La bronca contra la vieja M es una de las aristas del film. M es
quizás más protagonista que el propio Bond, y es mediante Silva que se irá
destapando la olla de secretos y cositas ocultas en el arcón de la abuela
british. Pero Bond tampoco escapa del arcón, ya que parte de su infancia e historia
familiar será revelada, trasladándonos a la fría, opaca y hostil Escocia, de la
mano del viejo Aston Martin DB5, y junto a otro viejo querido: Kincade (el
siempre grossogrossogrosso Albert Finney).
Este es un film de lealtades, la
de Bond hacia su jefa en el presente, la de su jefa hacia los 00, la de otros
agentes en el pasado, e incluso la de cada uno de los que trabajan en el M16,
que tampoco se salva ni material ni virtualmente de la destrucción. Pero, por
suerte, thank God, como un ángel caído del cielo, ha vuelto Q, aunque, ya no en
la piel de un viejito tierno, simpático y algo compinche como Desmond Llewelyn
en su época, sino del nerd-geek, escualiducho pero super-hiper sexy Ben Whishaw
(quizás lo recuerden de Perfume), quien, ignorando la cortada de rostro de Bond
“pero si todavía tenés acné”, vuelve a ocupar nuevamente una pieza
indispensable con sus hilarantes Quotes (frases).
Entonces, recapitulemos: tenemos
a un Bond que, ya pasada la prueba de destreza física, lomo y humanidad, vuelve
al ruedo para dar todo, una M (sos una grande Judi Dench) que ya al borde de la
jubilación se ve ella misma puesta a prueba entre su pasado, su presente y su
futuro (que pelea mano a mano con Mallory, el Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad interpretado
por el muy british Ralph “Voldemort” Fiennes), tenemos un Q renovado recién
salido de la escuela casi con la chocolatada y las vainillas en la mano, tenemos dos
chicas en la mira de Bond: Eve (no pienso revelar el apellido, tendrán que
esperar hasta el último minuto) y la sufrida Severine (Berenice Marlohe), y a un ultra villano que
(ahora entiendo a Oliva nuevamente, no tiene nada que envidiarle a Mostaza
Merlo). Podríamos decir, que, sin contar a Mostaza, Bond tiene armado su
equipito de fútbol para las temporadas que vendrán.
Por su parte, Adele completa el
combo con la banda sonora: un lujo. Y la historia, siempre la historia, hace el
resto. Porque Bond es eso, una historia, que una y otra vez nos prueba como
espectadores, desafía nuestros recuerdos, toca puntos del imaginario que
pensábamos que estaban tan dormidos como el perro gigante de tres cabezas de
Hogwarts. Pasan los actores, pero la esencia es la misma, la esencia se va
potenciando al mismo tiempo que nuestra experiencia como espectadores devenidos
en fanáticos de la serie, en partícipes, lo que vuelve cada chiste, cada guiño,
cada Martini agitado y no revuelto, cada tema cantado, cada frase memorizada y cada chica bond que quisimos ser (porque, lo admito, mi perfil twittero lo reza
“chica Bond frustrada”), algo tan valioso como el espíritu de Bond de nunca
rendirse.
GGss