jueves, 22 de noviembre de 2012

Skyfall: hay Bond para rato

...¿y cuándo se estrena la próxima?
La pregunta comenzó una y otra vez a ser formulada meses después de estrenada Quantum de Solace. La pregunta, ya había sido formulada meses después de Casino Royal. Por quíen? Por mi padre, el hombre que, cual Dom Cobb en Inception, plantó en mi mente la semilla de locura por Bond. La pregunta sin embargo, ya había sido formulada por mí misma hacia él en las anteriores oportunidades, cuando Pierce Brosnan se ponía el traje de 007, cuando de adolescente y niña iba con su grupo de amigos a ver al agente.

“No quiero opacar a Sean Connery, él fue el primero y todo eso pero….para mí el mejor fue Roger Moore” acota mi viejo llegando a la sala, sumándole porotos al inglés que él ya seguía en la inolvidable serie El Santo“después hubo un montón de Bonds, hasta que encontraron a éste” agrega (pobre Brosnan, ¡yo lo banco che! ¿Quién no estuvo enamorada además de este hombre mayorcito pero que daba 10 años menos?). Aunque, hay que decirlo, el problema con Brosnan fue que los guionistas se rebuscaron mucho la trama, (se fueron al carajo con la fantasía), incluso con los gadgets. De Craig a esta parte, humanizaron no sólo a Bond sino a las temáticas, más cercanas a las problemáticas nacionales, globales, políticas, virtuales…

Las preguntas, son parte del folklore bondniano. Las respuestas, son parte de años de ir al cine juntos (Edipos aparte), y con cada nuevo film renovar teorías, recordar viejas anécdotas, esperar nuevos paisajes, repetir días después cada línea de diálogo. Bueno, no puedo evitarlo, Bond me puede, por eso siempre digo que me voy a una cita con él. En realidad, el cine es siempre una cita: uno va sin saber qué va a pasar y vuelve afectado, y se olvida por esas horas de todo y todos…(no hace falta que vuelva a citar a Billy Wilder).

Y ahí estaba en la cita: el agente 007 al servicio de su Majestad, el arma más poderosa de England, ese hombre responsable de mil sueños, otras tantas alucinaciones, algunos dibujitos en alguna carpeta y obviamente, cientos de líneas dedicadas a él. Sólo a él. Sólo para sus ojos.


Y ahí estaba Skyfall. Así se llama la última película estrenada semanas atrás en los cines de acá. El film viene a cerrar y a abrir en simultáneo algunas historias. La trama completa un círculo ya conocido por los seguidores y abre otro que nos deja el literal mensaje de “hay Daniel Craig para rato”.

¿Por dónde empezar? Por un Daniel Craig que está a punto caramelo (y está en lo cierto el cinéfilo Cristian Oliva cuando dijo que lo hizo poner en duda su heterosexualidad), en su mejor momento, con la seguridad suficiente como para contagiársela a Bond, James Bond, arrugas aparte… Ya no le hace falta pasearse en zunga por alguna playa ni mostrar tanto torso, ya lloró, se enamoró, se volvió empático con el tema femenino, ya se jugó todas las fichas que le tiraron en los casinos del mundo y los resultados estuvieron a la altura de las circunstancias. Ya hizo de todo para pasar la prueba de fuego. ¿Qué le faltó? Morir…bueno, también lo hizo, es decir, lo hace en esta entrega.

Ahí comienza todo, después de una de las secuencias iniciales más largas de la historia de Bond en la que hay de todo, persecuciones en moto por los techos del mercado central de Estambul ciudad siempre efectiva para las escenas de acción de este tipo, (cualquier cosa consultar con Búsqueda Implacable II), peleas cuerpo a cuerpo arriba de un tren en movimiento (un clásico), utilización de grúas como mecanismo de ataque (pobres New Beatles), y la compañía de la tiernamente hermosa (e indispensable para la historia) Eve (Naomie Harris).

Muchas cosas suceden en esta oportunidad, y mucho tiene que ver el hecho de que la saga esté cumpliendo 50 años (los conocedores del tema lo comprenderán a partir de la cantidad de homenajes). El primer acierto de los productores (seguimos viendo el nombre de Bárbara Broccoli en los títulos) fue el de elegir a Sam Mendes como director.  El ex de Kate Winslet le aporta una mirada que corre la historia para un lado más nostálgico, con menos fuego cruzado y más declaraciones abiertas, con menos viajes en avión por el globo y mucha más Londres con el M16 en crisis.


Otro gran acierto fue el de Javier Bardem en la piel del villano Silva (qué bien le sientan los malos), un villano con lo peor de todo: remordimiento, rencor, odio hacia M y todo el M16, pero sobretodo, locura en las mismas dosis de tintura para el pelo. Un villano que le tira los galgos a Bond y hasta le toca los cuádriceps (¡bien ahí! por Mendes). La bronca contra la vieja M es una de las aristas del film. M es quizás más protagonista que el propio Bond, y es mediante Silva que se irá destapando la olla de secretos y cositas ocultas en el arcón de la abuela british. Pero Bond tampoco escapa del arcón, ya que parte de su infancia e historia familiar será revelada, trasladándonos a la fría, opaca y hostil Escocia, de la mano del viejo Aston Martin DB5, y junto a otro viejo querido: Kincade (el siempre grossogrossogrosso Albert Finney).


Este es un film de lealtades, la de Bond hacia su jefa en el presente, la de su jefa hacia los 00, la de otros agentes en el pasado, e incluso la de cada uno de los que trabajan en el M16, que tampoco se salva ni material ni virtualmente de la destrucción. Pero, por suerte, thank God, como un ángel caído del cielo, ha vuelto Q, aunque, ya no en la piel de un viejito tierno, simpático y algo compinche como Desmond Llewelyn en su época, sino del nerd-geek, escualiducho pero super-hiper sexy Ben Whishaw (quizás lo recuerden de Perfume), quien, ignorando la cortada de rostro de Bond “pero si todavía tenés acné”, vuelve a ocupar nuevamente una pieza indispensable con sus hilarantes Quotes (frases).

Entonces, recapitulemos: tenemos a un Bond que, ya pasada la prueba de destreza física, lomo y humanidad, vuelve al ruedo para dar todo, una M (sos una grande Judi Dench) que ya al borde de la jubilación se ve ella misma puesta a prueba entre su pasado, su presente y su futuro (que pelea mano a mano con Mallory, el Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad interpretado por el muy british Ralph “Voldemort” Fiennes), tenemos un Q renovado recién salido de la escuela casi con la chocolatada y las vainillas en la mano, tenemos dos chicas en la mira de Bond: Eve (no pienso revelar el apellido, tendrán que esperar hasta el último minuto) y la sufrida Severine (Berenice Marlohe), y a un ultra villano que (ahora entiendo a Oliva nuevamente, no tiene nada que envidiarle a Mostaza Merlo). Podríamos decir, que, sin contar a Mostaza, Bond tiene armado su equipito de fútbol para las temporadas que vendrán.


Por su parte, Adele completa el combo con la banda sonora: un lujo. Y la historia, siempre la historia, hace el resto. Porque Bond es eso, una historia, que una y otra vez nos prueba como espectadores, desafía nuestros recuerdos, toca puntos del imaginario que pensábamos que estaban tan dormidos como el perro gigante de tres cabezas de Hogwarts. Pasan los actores, pero la esencia es la misma, la esencia se va potenciando al mismo tiempo que nuestra experiencia como espectadores devenidos en fanáticos de la serie, en partícipes, lo que vuelve cada chiste, cada guiño, cada Martini agitado y no revuelto, cada tema cantado, cada frase memorizada y cada chica bond que quisimos ser (porque, lo admito, mi perfil twittero lo reza “chica Bond frustrada”), algo tan valioso como el espíritu de Bond de nunca rendirse. 

GGss