viernes, 1 de junio de 2012

Elefante blanco.


Dicen que si le decís que no al Gabinete, puede que en
medio de la noche, te aparezca cual imagen de Candyman
los avatares pocoyizados y te persigan en la noche… 
por eso, mejor no negarse y subirse al tren gabineteano…


En esta oportunidad, quien suscribe puso a prueba el sensor del sueño una vez más en el cine, con la última producción de Pablo Trapero: Elefante Blanco, obteniendo resultados satisfactorios, aunque no con soltura. Comencemos por el principio.


Pablo Trapero tiene ese no se qué, político, controversial, el famoso “punctum” de Barthes, que hace que las imágenes te impresionen, te movilicen, te desagraden, pero en ningún momento te dejen permanecer impermeable.  Su idea de mostrar realidades sociales comprometidas siempre logra su cometido. La atención no puede quitarse de la pantalla, siempre está por pasar algo y siempre pasa algo que te mueve aunque sea a apartar la vista por lo ensañado. No le teme a la crudeza, casi que la disfruta con un coqueteo con el morbo que no duda en disparar a sangre fría, en desgarrar pedazos de carne, en mostrar muertos despedazados. Trapero es entre tantas cosas, un director contundente, que se propone meterte en una realidad dura y controvertida, y lo logra con una magistral contundencia.

Por otro lado, todo lo que tiene de contundente lo diluye en lo…. “lamefaldas” (por ser sutil, en mi barrio lo denominan de otra manera menos elegante). Otra vez tenía que darle el papel principal femenino a su mujer Martina –menos talento que gomas- Guzman? Sera acaso por su atributo de lánguida carente de onda que no subsiste en el universo actoral sin que él le de trabajo? Y cómo si no  fuera suficiente que su no-onda estuviera presente (con el exacto mismo espíritu, tono de voz, circunstancias y velocidad de levante que en Carancho), su papel es el de una irreal super trabajadora social, que no deja ámbito sin controlar como si fuera la única de la villa.

La historia transcurre en “el elefante blanco”, un hospital que quedó a medio construir durante la presidencia de Palacios, y que amagó en más de una oportunidad a concluirse, sin mayores avances.  Hoy en día es hogar de muchos, y núcleo en torno al cual se estableció la villa “ciudad oculta” (también conocida como villa 15, antes del mundial del 78, en que el entonces intendente mandó a construir un muro que escondiera la villa de emergencia de los ojos de los turistas extranjeros), en la frontera entre Villa Lugano y Mataderos. En este asentamiento viven alrededor de 20.000 habitantes, y no es ficción. En este hospital abandonado, viven junto con varias familias, el padre Julián (el siempre grosso, aunque en esta oportunidad, mucho no le terminé de creer –será acaso por criarme en una escuela católica en la que los curas recitaban la misa de memoria o leyendo sin tanto apasionamiento- Ricardo Darin), quien rescata de un suceso en la selva, al cura francés Nicolás encarnado en  Jérémie Renier, y lo lleva a vivir y trabajar con él en la villa. Allí trabaja también una (la única) superasistentesocial en la piel de Martina Guzman, que hace todas las tareas posibles dentro del asentamiento.

La historia, narrativamente, y desde mi humilde opinión, deja mucho que desear. Amaga a encontrar su núcleo en varias oportunidades, en las que uno piensa que “por ahí va el tema”, pero no. Y nuevamente estalla un nuevo nudo, que creemos central, pero tampoco. Y de esa manera, transcurre mas de media película, amagando. El final, si bien es cola de una trama que se “desarrolla” (ponele), que atraviesa las situaciones a lo largo de la película, no encuentra en el relato el apoyo permanente en su construcción. Me refiero a que si bien, el inicio de lo que desenlaza esta en alguna parte de la película, el final da la sensación de que terminó ahí porque dijeron “chicos, es la hora, vámonos” y cortaron alguno de los nudos que habían planteado, pero como podría haber sido ese, lo mismo podría haber sido otro. Quizás sea una percepción particular, que no evita que sea una película digna de ver.

Sin dudas, más allá de que su fortaleza no sea la trama, Trapero siempre es un director digno de ver por la precisión con la que representa aquello que se propone. La vida en la villa no es sencilla y el director sabe como demostrarlo. Los códigos, los peligros, las angustias, los miedos, el desamparo, la pobreza, el abandono, las carencias, todo el combo situado en un clima donde la violencia y la droga es moneda corriente, esta retratado con precisión en una obra en la que desde lejos podemos deducir la mano que las guía. No esperen un relato contundente, mas bien, déjense llevar a conocer el paisaje. Al menos, hasta ahora, en el cine no caen balas más contundentes que las imágenes.


by @Giselin

1 comentario:

María Eugenia Del Zotto dijo...

No soy fan de Trapero porque muestra la realidad tan cruda (la realidad como es) que casi que va al revés de la gracia del cine, pero aún así, sus pelis me han gustado desde el lado de "experiencia de los sentidos"...te tocan si o sí en algún punto.
Después de leer esta gran review no puedo sentirme tentada a ver el film!
...coincido con lo de Marina "me dicen ensalada de frutas" Guzmán...pero en ese sentido deberíamos decirle lo mismo a Burton con Helena Bonham Carter (en el fondo son hombres pollerudos!!!)
Un placer como siempre Giselin!!!!!