A primera vista e inmersos en la temporada de premiaciones, Dallas BuyersClub se nos presenta a nosotros, los espectadores, como el film que llenó de premios a Jared Leto y la
película por la cual Matthew McConaughey quedó piel y huesos.
Bueno, todo eso es cierto, pero mucho más
también.
La
historia real (sí, una vez más “based on a true story”) de Ron Woodroof, quien en 1992 fue entrevistado
por el periodista Bill Minutaglio, hacía años que quería ser filmada. Mucha
gente pasó por el club (en los ’90 Marc Foster quiso dirigir a Brad Pitt, luego
Dennis Hopper a Woody Harrelson y más tarde Craig Gillaspie a Ryan Gosling) pero
no fue hasta que llegara a las manos del canadiense Jean-Marc Vallée (director de la british-american Young Victoria) que la historia viera la
luz, esta vez, junto a Matthew "por fin me toman en serio" McConaughey.
En 1985 a Ron Woodroof luego de
un accidente laboral le diagnostican SIDA y 30 días de vida; él, vaquero,
defensor del “hombre texano que masca chicle, fuma, toma y es bien rudo", es excluido de su círculo de machos alfa. Empieza
a hacer memoria y cae en la cuenta de que ha tenido relaciones sexuales sin
protección. En el hospital lo empiezan a medicar con AZT, una droga aprobada en USA y
en proceso de prueba que lo lleva al borde de la muerte. Un enfermero le da la
dirección de un doctor en México que trabaja en forma clandestina con pacientes
con HIV, mediante un complejo de vitaminas y otras yerbas a base de cosas
naturales, aloe vera y hasta una sustancia producida por una oruga. Ron nota
una mejoría y comienza a contrabandear estas “medicinas alternativas” a Estados
Unidos, las empieza a vender y poco a poco funda junto a Rayon, un tranformista
que conoce en su estancia en el hospital, el Dallas Buyers Club (Club de Compradores de Dallas), uno de los
tantos que se crearán en Estados Unidos, en el cual cada socio paga una cuota mensual y
a partir de eso puede tener acceso a las medicinas. El aumento de socios llamara
la atención de la Administración de Alimentos y Medicamentos y de la industria
farmacéutica, que comenzarán a investigarlos. Sin embargo, Ron logrará con su club (y la ayudita de la doc Eve) que muchos pacientes tengan una mejor
calidad de vida.
El
realizador canadiense cuenta la historia de una manera que roza lo documental,
con una sola cámara que persigue a los personajes, sin mucha luz, como si deseara dejar
que ellos solos iluminen cada escena. Las actuaciones de Matthew y Jared son super-hiper Oscar-friendly, y Jennifer "soy como el mate cocido, no hago ni bien ni mal" Gardner, por su parte, hace bien su papel como la doctora Eve Saks, amiga
de la infancia de Rayon, love interest de Ron y cómplice culposa de ambos.
Pero debemos dedicarle un párrafo aparte a los actores: Matthew McConaughey demuestra que con adelgazar algo así como 23 kilos no alcanza; más allá de su escalofriante tranformación, el actor se la juega con unos primeros planos plagados de gestos, miradas, llantos, que disparan las emociones para todos lados (obvio que a Hollywood le encanta más allá de todo, que un actor engorde como una chancho, adelgace hasta tomar punto calavera, se rape en escena o cambie de sexo). Sin dudas, verlo caminando como un cadaver a la deriva (vulnerable a un viento norte cualquiera), es un plus. Por otro lado, Jared Leto transformándose en el transformista (valga la redundancia) Rayon transmite iguales dosis de tristeza, admiración y empatía, destacándose la escena con su prejuicioso padre.
La culpa, lo que ya no se puede
deshacer, las vidas olvidadas que sufren a un costado del camino, los tejes y
manejes de la industria farmacéutica para quien la salud es sólo negocio, la
dedicación a una causa y una enfermedad tan cruel como el SIDA, aparecen en este
film sin el típico golpe bajo. Al final, más allá de todo, el film nos
habla de aceptar las diferencias aunque cueste: el pobre Ron, se aferra a ellas y a la poca
belleza del mundo que le queda por vivir.
Nunca es tarde aunque sea tarde...
Nunca es tarde aunque sea tarde...
@Eugess
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