viernes, 25 de febrero de 2011

Black Swan

"I just want to be perfect"


Entré a la sala sabiendo poco y nada, con una sola certeza: este film debía ser visto en pantalla grande. Me senté, estiré las piernas, y después de la publicidad de helados Chungo (que siempre me genera una mezcla de delicia y carcajada), me dejé llevar.

Una imagen borrosa invadió la pantalla. Una mujer la habitaba, temerosa. Desde ese instante nada fue igual. La cajita musical parecía abrirse y mostraba su frágil belleza.

A continuación, mediado por el sonido a pochoclo revuelto muy presente (y por Justin Bieber en la sala de al lado), se fueron dando los demás elementos de este verdadero (VERDADERO) thriller psicológico que lograrían al final, dejarme absolutamente pasmado.

La historia de Nina Sayers no es una más, o sí. Puede ser vista como la de cualquier chica que persigue un sueño o como la de cualquier chica que sólo se reconoce en los otros. Pero este reflejo, la forma en cómo lo mira, poco a poco irá perjudicándola en todos los sentidos posibles (y los espejos hacen por su parte potenciar esa sensación claustrofóbica de verse en el otro).

Nina está a punto de dar el paso, sufriendo en el camino todas las penurias que una bailarina clásica está destinada a sufrir. Sin embargo, el mal físico (los cortes, moretones, contracturas, falta de apetito), no es tan fulminante como el mal hacia adentro, el mal del alma, el mal del deseo, el interior.

Su energía puesta en lograr lo que su represora (heredera y homenaje a la Sra. Danvers) madre (interpretada por Barbara Hershey) nunca pudo: ser la Swan Queen de El lago de los Cisnes, la imposibilita a vivir, le anula su capacidad para descubrir quién es realmente. Entonces empieza a sufrir día y noche, a padecer su imposibilidad de sacar a la luz el cisne negro, ¿en el fondo, su verdadero ser?

Con una acertada steadicam, Darren Aronofsky logra involucrar al espectador de manera única, trastornándolo al punto de sentir la desesperación de Nina, la picazón en la espalda (otra manera inconsciente de agredirse), la culpa, el dolor, el frío del ambiente hostil que la rodea. El director además nos sube al escenario, nos ubica entre bambalinas, entre las corridas de los bailarines y la crudeza de los camarines.

Pero el plus son los actores: exactos, grandiosos. Vincent Cassel como Thomas Leroy está impecable (la forma en que motiva demencialmente a Nina mediante la estimulación sexual es única), Mila Kunis desorienta y sorprende a la vez, Wynona Ryder ofrece una interpretación sublimemente escalofriante y Natalie Portman se gana limpia, sabia y talentosamente la mención de “actriz más genial de su generación”.

Cisne Negro es una invitación a la reflexión pero antes, mucho antes, una osada apuesta a afectar de una manera como hacía tiempo (mucho tiempo) no experimentaba. Tanto, que me costó levantarme de la butaca, me quedé quieto, y solo, hipnotizado por la oscuridad de los títulos y el embriagante embrujo de Tchaikovski, comprometido sensorialmente, ajeno a toda realidad por fuera del Lincoln Center.

Cuando el cine logra eso, merece ser aplaudido de pie (y por varios minutos).


Sr. Gabinete


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